viernes, 25 de abril de 2008

Aguas que serpean el Vaupés


La gran mayoría de los ríos y caños vaupenses pertenecen a la gran cuenca del Amazonas


Mapa de la hidrografía del Vaupés

Cachivera Carurú (Bajo río Vaupés)

Una característica de los ríos y caños del Vaupés son sus numerosas cachiveras y rápidos, a causa de las fracturas presentadas por los afloramientos rocosos sobre los cuales discurre la red fluvial de la región. Por esta condición ellos son de difícil navegación, con consecuencias positivas o negativas dependiendo de lo que
queramos. Positivas, porque el difícil acceso ha permitido conservar en gran medida los recursos naturales y humanos de la zona; además porque las cachiveras son verdaderos espectáculos de belleza natural. Y negativas porque han dificultado la comunicación con otras regiones.
Majestuoso Raudal de Yuruparí.

Cachivera Yapará (río Papurí)
Caìda que forma el salto de las Golondrinas.

Caño Sangre (afluente del Pirá Paraná). Este caño forma el salto de las Golondrinas
Caída que forma el salto de las Golondrinas.

Muchas de las piedras que forman esas cachiveras hermosas y temidas guardan en sus superficies enigmáticos petroglifos.
Petroglifos en la Cachivera del Paujil, sobre el Río Vaupés
Petrogrifo llamado Ñí, ubicado en la cachivera de Piedra Ñí, en el Río Pirá Paraná

Otras características interesantes de esta red fluvial es su extrema acidez, su pobreza en nutrientes y su coloración oscura. Los dos primeros factores dificultan el desarrollo de una vida abundante y diversa en los lechos de los ríos, caños y lagunas de este departamento colombiano.
Aguas negras, parte alta del Río Pirá Paraná

Con respecto a la coloración oscura de las aguas se han planteado diferentes argumentos para explicarlo: algunos de los primeros observadores creían que el color se debía al contacto continúo de las aguas con las raíces de la zarzaparrilla. Después se planteó que dicha coloración obedecía a la gran cantidad de hojas y materia orgánica de la selva.

Caño Mituseño (Carretera Mitú-Monforth)

Posteriores estudios aceptan en parte la materia orgánica en descomposición, complementado con las características de los suelos, es decir, las aguas que nutren los ríos y caños discurren a través de suelos, los suelos de la selva, extremadamente lavados que no ofrecen ningún tipo de nutrientes y sí muchos ácidos húmicos.

Espumosas aguas del pequeño caño Tatú (río Pirá Paraná)

Las tierras que están bañadas por aguas negras tienen cortos periodos para ser utilizadas en sembrados agrícolas; son de poca productividad, su vegetación es raquítica, no son zonas de extracción maderable y poseen pocos animales de caza y pesca.
En el Vaupés hay pocos caños y ríos de aguas blancas, que al contrario de las anteriores tienen una vida acuática rica y las tierras por donde pasan son buenas, como el río Vaupés, el río Querarí el caño Timiña (afluente del río Pirá Paraná).

Navegar por los ríos de este pedazo de selva es para muchos la promesa de disfrutar y sentir que la belleza se puede tocar y tener la adrenalina al 100 por sus muchas cachiveras, en cambio para otros, esos lugares son una pesadilla.

EL RÍO VAUPÉS: Su cuenca es de 37.748 kilómetros cuadrados. Su longitud es de 1.000 kilómetros en Colombia, de los cuales son navegables 660. Desemboca en Brasil, en el río Negro
El río Vaupés en invierno.
El río Vaupés en verano

La mayor cachivera del río Vaupés, Yuruparí. Este es el sitio que divide al departamento en Alto y Bajo Vaupés.
Una de las caídas del raudal Waracapurí, en el río Vaupés, En esta cachivera se está construyendo la pequeña hidroeléctrica de Mitú.
Playa del CAPI, en verano en el río Vaupés.

EL RÍO QUERARÍ: En cubeo, lengua indígena, traduce, río de mierda, porque en tiempos lejanos, muchas tribus sostuvieron una guerra debido a la escasez de mujeres. Es el afluente más grande del río Vaupés.
Vista aérea del río Querarí
Río Querarí, al fondo el cerro de Santa María

EL RÍO CUDUYARÍ: Tiene un recorrido de 71 kilómetros. Desemboca muy cerca de Mitú. El río Cuduyarí y en una de sus orillas la comunidad indígena de Santa Marta, muy cerca de Mitú.
Cachivera de Yaburú

EL RÍO PIRÁ-PARANÁ: Es un afluente del Apaporis, significa río de pescado. Hasta hace muy poco era un río misterioso y poco navegado por los no indígenas, es una región que queda muy apartada de la capital del departamento, Mitú.

Vista del río Pirá- Paraná, al frente de la comunidad indígena de Piedra Ñi.



Mujer indígena bañando a su hijo en las aguas del Pirá Paraná

A pesar de que faltan tantos cauces de agua por mencionar y refrescarnos con sus nombres y su inmensa pureza estética, no se podría dejar de nombrar EL RÍO APAPORIS: Nace cerca de la población de San Vicente del Caguán, llamado allí río Tunia o Macaya. Tiene una longitud de 1.020 kilómetros. Es el límite entre el Vaupés, el Amazonas y Caquetá. Es un río de aguas blancas.
El inicio del gran raudal de Jirijirimo (río Apaporis) El gran raudal de Jirijirimo

El Vaupés tiene escondido entre su selva tanta agua que parece una falacia que la próxima guerra sea por este preciado líquido.


Y hablando de guerras, conozcamos un pedacito de una que sucedió pero como se dice en LA VORÁGINE “la manigua se la tragó”. Batalla que la vamos a describir en un cuento compuesto de múltiples sentimientos.

LUCHAS OLVIDADAS

Circasia, Circasia, Circasia, sí era el nombre, creo no olvidar el relato de mi padre.

Era un centro cauchero de esos que aún quedaban en los años 30 en estas selvas pringadas ya por el terrorífico deseo de la esclavitud y la ambición de obtener dinero en abundancia, sin importar que la muerte lo rondara.

Después de navegar, rompiendo corrientes, interminables horas por el río Vaupés se encuentra un caño entre muchos otros, cortando el paisaje monótono de árboles y árboles tirando sus ramas al agua para encontrar un aliado fuerte en esa dura batalla de la subsistencia vegetal.

Caño Circasia afluente del Río Vaupés.Escenario de una de las rebeliones indígenas en contra de la casa Arana.

Un caño de aguas oscuras, que se resbalan entre piedras limpias de lama, dispuestas de tal manera que el agua juguetea creando formas hermosas: arriba, una pequeña cachivera; allá, un arroyo; más abajo un pozo, más lejos una escalera acuática con su eco de diminutas gotas. Un caño sin la presencia de arena, de lodo, de hojarasca, sólo piedra, que fácilmente transportaba a Circasia.

Al llegar al puerto, muy cerca al río, el agua se veía amarilla de tanto subir y bajar el barranco que conducía a las cuatro barracas, hechas no para vivir, sino para sobrellevar las inclemencias del tiempo: Estaba la barraca donde tenían que alojarse los indígenas con sus familias cazados en las redadas que hacía la cuadrilla encargada de reclutar indios para hacer la labor del siringueo. Aquí la alegría se quedó escondida en alguna parte de sus malocas, donde vivían tranquilamente. Los llantos, los quejidos por los golpes, la muerte, eran la cotidianidad. Al principio el deseo de recobrar su libertad alimentaba la vida pero cuando descubrían el sistema del eterno endeude; el levantarse cada día era motivado por el miedo al látigo cruel del “hombre blanco”.
No importaba si eran carapanas, sirianos, tatuyos, guananos, tukanos, entendiéranse o no, nadie se atrevía a hablar sobre esta situación, todos obedecían.

Estaba la barraca que habitaba el dueño, Manuel Antonio, -con sus ojos saltones de codicia; su habitual seriedad, nacida ante la indiferencia del dolor ajeno-. Únicamente se quedaba por temporadas cortas. Recogía los bultos de caucho almacenados y los transportaba a Mitú, acompañado siempre de su séquito de guardaespaldas. Entre sus idas y venidas observaba un muchacho muy activo, interesado en lo que pasaba a su alrededor, en sus ojos no se notaba la resignación de la derrota, por el contrario, se adivinaba el brillo de la esperanza.

El señor Manuel Antonio de tanto seguirle los pasos a Córdoba, llamado así simplemente se interesó por él, quiso que fuera una de las personas de su confianza.
__ Don Manuel, es indio, le decía el capataz. Y la sonrisa de hombre de negocios del patrón no se hacía esperar, ya había calculado que sus intereses no peligraran con esta decisión.

Había otra barraca para los cazadores de hombres y su jefe. La vivienda de ellos era como sus cabezas, casi vacía, sin mucha cosa que estorbara a la satisfacción de sus necesidades primarias.

La cocina estaba dividida en dos partes: en la una, jóvenes indígenas para hacerles la comida a “los blancos” y para obligarlas al sexo cuando a ellos se les antojara. Y en la otra parte, señoras que cocinaban para los trabajadores: fariña, casabe, mingao. Sin mucha posibilidad de comer carne, pues no les permitían cazar animales porque de pronto se picureaban, lo mismo sucedía si pedían permiso para ir de pesca, además el cansancio no se los hubiera permitido.
Todos estos detalles eran grabados por Córdoba.

Los amansadores de bestias, como se decían entre los vigilantes, gritaban con voz burlona ante cualquier indicio de protesta:
__ ¿De qué se quejan?, están comiendo como indios y el trabajo es suave. Bajando la voz sólo para ellos: éste los obliga a entender y mostraban el látigo.
Cada castigo Córdoba lo observaba escondido detrás de la barraca.

Vigilados por los guardianes, armados para cualquier fuga, él, con los otros siringueros se levantaban a las cuatro de la mañana y comenzaban a recorrer, en fila india el camino principal, oscuro, saturado de olores por el despertar selvático. Al rato de caminar en silencio, cuando una fina claridad se dejaba pelotear por las ramas de los árboles, ellos, los siringueros cargados de desesperanza, una faca y un galón para el látex, desbarataban la fila uniforme para adentrarse cada cual en su trillo.

A la hora en que las aves buscan su nido para pasar la noche, se encontraban de nuevo en el camino grande, eran contados, y la fila de hombres sin voluntad propia, parida por el agotamiento permanecería intacta hasta la barraca del capataz. Allí entregaban su trabajo, mínimo tres kilos de leche, que de nada les servía para alcanzar la libertad. Comían lo poco que les daban y cada cual, en su mutismo inquebrantable, se dirigían a sus hamacas para olvidar lo estúpido e incomprensible de su cansancio.

Un día llegó el señor, inesperadamente llamó a Córdoba y le dijo que se lo iba a llevar a estudiar afuera, a San Martín (Meta).
__ Alístese, la salida es para dentro de dos días.
Córdoba con su habitual mutismo, no dijo nada. A la hora indicada fue el primero en estar en el sitio de embarque, muy temprano, sin ningún equipaje, pues nada le pertenecía.

Pasó un año antes de verlo regresar de nuevo en la canoa del patrón, bien vestido, manejando motor y la esperanza en sus ojos era mucho más nítida, más segura, más firme. Su familia lo saludó tristemente y él, a pesar de que ya no iba a siringuear, conversaba en tukano con los indígenas hasta altas horas de la noche.
__ ¿Qué es lo que tanto hablas con ellos, Córdoba? Le preguntaba el capataz.
__ Bobadas, respondía él, con desdén.

Durante el día realizaba los trabajos dejados por el señor Manuel Antonio para que lo encontrara todo en orden y la confianza depositada en él siguiera sin fisuras. En alguna visita de él, el capataz le habla del cambio del muchacho y sus constantes charlas.
__ Antes parecía una pared y ahora es un loro.
__ Tranquilo, lo que pasa es que el mono aunque se vista de seda, mono se queda. No se puede olvidar de su gente, pero es un buen muchacho.

Cada noche eran más los indígenas que se le acercaban. Las charlas ininterrumpidamente se sucedían. Por fin los convenció.

Un crepúsculo de domingo hicieron el plan. Él se iría con el patrón el martes, a llevar la mercancía a Mitú. Esa diligencia se demoraría ocho días, él creía que el señor no iba a regresar de nuevo a Circasia.
Les dejaría dos escopetas y un revólver calibre 38 y alguna munición. Las guardarían bien y, cuando se aseguraran de no ser vistos por los guardianes o por algún otro, las revisarían, las limpiarían, y así las conocerían mejor para que al momento de usarlas no fallaran. Ellos buscarían la forma y el momento para hacer armas silenciosas, en las cuales eran maestros.

Cuando él llegara, esa misma noche, algunos, sin ruido, matarían a los guardianes de las barracas; otros matarían al resto, que se encontrarían dormidos, con las armas que tenían escondidas. Con lo cual se volarían selva adentro y de nuevo volver a vivir.

El martes, siete días después, regresaban al centro cauchero: Córdoba, Manuel Antonio y sus guardaespaldas.
__ El que manda, manda, pensaba con preocupación Córdoba.

Por alguna extraña razón que nunca pudo averiguar, al virar la canoa hacia el caño empezaron a mirar muertos navegando en dirección al río, muchos muertos bajaban con las heridas de fuego lavadas por el agua, muertos que sin muchos sobresaltos, después de días, quizás, llegarían a Mitú para confirmar la noticia que la ingenuidad no podía ganarle a la crueldad, docenas de muertos reflejando en la cara un regalo de la muerte: la tranquilidad.

Córdoba al ver que todo se había descubierto antes de tiempo, lo único en que pensó fue en coger su machete y descargarlo de un tajo en el cuello del patrón, ni siquiera pudo sacarlo porque todos los guardaespaldas le cayeron como pirañas para dejarlo sin aliento de vida, con la única libertad de navegar en el infinito del pasar de las aguas, sin mucha identidad para reconocerse ante las comunidades por las cuales transitaba su cuerpo destrozado y apartado de tantos sueños.
O.H

GLOSARIO
CIRCASIA: Un lugar cerca a Mitú, navegando el río Vaupés. Es de una hermosura invaluable.
MITÚ: Capital del departamento del Vaupés (Colombia)
CACHIVERA: Un rápido, una caída de agua, ya sea en un río o una quebrada (en el Vaupés se les dice caño)
SIRINGUEO: Recolectar el caucho de los árboles crecidos naturalmente en la selva.
CARAPANA, SIRIANO, TATUYOS, GUANANOS, TUKANOS: Grupos indígenas que habitan el Vaupés.
FARIÑA, CASABE, MINGAO: Comidas indígenas que son realizadas a partir del manejo de la yuca brava. Son la base de su alimentación
PICUREARSE: Volarse